miércoles, 30 de diciembre de 2009

TEORIA CRITICA DE LAS CIENCIAS SOCIALES

PONENCIA CONGRESO ASPROCISOC:
1. Dejar en claro que no soy posmoderno pero utilizo algunas herramientas de las teorías post para formular una crítica a las CSOCs.
2. Aclarar que mi noción de trandisciplinariedad no tiene nada que ver con la reforma educativa que pretende modificar los currículos de ciencias sociales convirtiéndolos en asignaturas indiferenciadas en la que cabe todo.

HACIA UN TEORIA CRITICA-PROPOSITIVA DE LAS CIENCIAS SOCIALES.
La ponencia presenta un panorama teórico de las principales críticas formuladas a las ciencias humanas y sociales desde su formación a finales del siglo XVIII. Se argumenta que con Rousseau, el desarrollo histórico de las ciencias sociales ha estado acompañado desde sus inicios de una postura crítica paralela. El hilo argumental se detiene en dos críticas principales a las ciencias sociales: la crítica feminista y la teoría crítica de la escuela de Frankfurt, cristalizada en las tres teorías ‘post’: postmodernismo, postcolonialismo y post-positivismo. Por un lado, la crítica feminista ha despojado a las ciencias sociales de la hoja de parra, y expuesto lo que muchas de sus teóricas consideran su principal vergüenza: su falocentrismo, es decir, la forma en que el hombre que imaginan las ciencias sociales, y que está en el centro de sus modelos teóricos y conceptuales es precisamente el miembro masculino de la especie humana, lo que permite la reproducción del orden patriarcal hegemónico; en ese sentido, las ciencias humanas son en sentido estricto, ciencias del hombre, del macho dominante. Por otro lado, se argumenta que un punto central de la crítica formulada por la escuela de Frankfurt al modelo de vida de la sociedad industrial occidental y a la razón instrumental, pasa por una crítica a las ciencias sociales. Como escuela de pensamiento, la escuela de Frankfurt ha derivado en tres teorías (que llamamos aquí) ‘post’ que recogen desde distintas perspectivas su crítica a las ciencias humanas y sociales. Primero, el post-modernismo ha expuesto la caducidad de los conceptos, principios y metarrelatos de las ciencias herederas del grito primordial de Auguste Comte, las ciencias sociales y humanas, y la forma en que el hombre que se ubica en el centro de las ciencias sociales, (ese hombre criticado por la teoría feminista) se desvanece con la razón que le servía de soporte trascendente. El post-colonialismo, y su campo adyacente, los estudios e historiografías subalternas, han puesto en evidencia el carácter profundamente eurocéntrico de las ciencias humanas y sociales, y su complicidad con el proyecto colonial; finalmente, el post-positivismo ha derribado las viejas pretensiones de objetividad, neutralidad y acumulación de conocimiento, principios que, desde su surgimiento, guiaron el quehacer de las distintas disciplinas que constituyen el campo de las ciencias humanas y sociales. La ponencia finaliza recogiendo la propuesta de la Comisión Gulbenkian para la reestructuración de las ciencias sociales, en el sentido de abrir las disciplinas adoptando una postura transdisciplinaria que recoja las distintas críticas formuladas tanto desde el feminismo, como de las escuelas herederas de la teoría crítica.

La historia de las ciencias sociales no es un ascendente sendero luminoso hacia la verdad. Al contario, su camino ha estado, desde el principio, lleno de abrojos. Años antes de que Auguste Comte publicada su Curso de filosofía positiva (1842), obra inaugural del positivismo, al cual regresaremos posteriormente, Jean Jacques Rousseau se mostraba escéptico ante las posibilidades de las artes y humanidades. (Comencemos con Comte) En Curso de filosofía positiva, obra en la cual acuña el término sociología, Comte apela a que, siguiendo el modelo de las ciencias naturales, la nueva ciencia se constituya en una ‘física social’, con el mismo rigor, neutralidad y objetividad de las ciencias físicas o de la naturaleza, las hoy llamadas ‘ciencias duras’. El optimismo de Comte le llevó a formular la posibilidad de un conocimiento acumulativo que sirviera al mejoramiento y control de la sociedad. No obstante, en 1750, casi cien años antes, en su Discurso sobre las ciencias y las artes, Rousseau negaba, ante la pregunta formulada por la academia de Dijon, la posibilidad de que las ciencias, la letras y las artes pudieran aportar al depuramiento de las costumbres en el ser humano y al engrandecimiento de la sociedad; al contrario, estas (y cito a Rousseau) “extienden guirnaldas de flores sobre las cadenas de hierro de que están cargados”,
[1] (las ciencias sociales no evitan la alienación del hombre ni contribuyen a su eliminación; tan sólo cubren de flores las cadenas donde por doquier vive el sujeto humano). Para Rousseau “el efecto es cierto, la depravación real, y nuestras almas se han corrompido a medida que nuestras ciencias y nuestras artes han avanzado”.[2] Evidentemente, especulando, el invento de Comte y su optimismo ante las posibilidades de las nacientes ciencias sociales hubiese aparecido a ojos de Rousseau como una disparatada borrachera.
En gran parte impulsadas por los estados nacionales, (artefactos estos, al igual que las ciencias sociales, hijos de la modernidad) que se sirvieron de ellas para la formación de sujetos ciudadanos y para el censo y mapeo del espacio social, las ciencias sociales cruzaron el siglo XIX definiendo sus espacios y campos disciplinares. La historia intelectual del siglo XIX está marcada por esa configuración de los distintos campos disciplinarios y su institucionalización y profesionalización en las universidades de Europa y los Estados Unidos, principales centros de producción intelectual en esos primeros años, que coinciden con la expansión colonial de Europa en el mundo entero. Como acertadamente exponen Immanuel Wallerstein y sus compañeros de la Comisión Gulbenkian para la restructuración de las ciencias sociales, entre “1850 y 1945 una serie de disciplinas llegó a definirse como un campo del conocimiento al que se le dio el nombre de ‘ciencia social’”
[3]. El impulso decisivo de la Ilustración y el Enciclopedismo, representó un resurgimiento de la Universidad, espacio en el que cuajaron los campos disciplinarios de las ciencias humanas y sociales, cada vez más diferenciados entre sí. La diferenciación entre ciencias sociales no era tan profunda como la creciente discrepancia que, hasta la llamada revolución conductista, separó a las ciencias sociales de las ciencias naturales, en lo que posteriormente C.P. Snow, denominaría las ‘dos culturas’.[4]
Desde el Siglo XIX cuajó la noción de ‘disciplina’ para referirse a los nacientes saberes, bajo el supuesto de que la realidad social como totalidad podía dividirse en compartimentos perfectamente definidos, con fronteras claramente establecidas que, como porciones de una misma torta, si se me permite la expresión, no podían yuxtaponerse ni comunicarse. A lo largo del llamado por algunos historiadores como el ‘largo siglo XIX’, “las diversas disciplinas se abrieron como un abanico para cubrir toda una gama de posiciones epistemológicas”.[5] No obstante, “la diversificación intelectual reflejada en la estructura disciplinaria de las ciencias sociales solo fue formalmente reconocida en las principales universidades, en la forma en que las conocemos hoy, en el periodo comprendido entre 1850-1914”.[6] Múltiples motes y remoquetes surgieron durante el siglo XIX para designar las nacientes disciplinas; sin embargo, “para la primera guerra mundial había una convergencia o consenso general en torno a unos pocos nombres específicos”: cinco en concreto, historia, economía, sociología, ciencia política y antropología. (no menciono la psicología dado que) La psicología no había adquirido status de disciplina debido a que, para 1914 Freud aún hacía grandes esfuerzos para mostrar la cientificidad de su principal hallazgo, el inconsciente.
Para mediados del siglo XX, ya era evidente la orientación Estado céntrica de las ciencias sociales. No sólo habían sido amamantadas por el Estado sino además demostrado ser funcionales y utilizadas para la consolidación del poder al interior de las fronteras nacionales. Tres ejemplos me permitirán ilustrar este punto. Los ejemplos de la historia, la sociología y la antropología. Por un lado, la historia fue hábilmente instrumentalizada por el Estado para elaborar narraciones nacionales que, en forma historias oficiales, celebraron pasado como una gloriosa balada épica en la que no encontraban espacio el trauma colectivo ni los grupos subalternos quienes sabemos, son quienes realmente hacer la historia. Por otro lado, la sociología fue funcional al Estado para entender, canalizar y controlar las fuerzas y cambios asociadas a la modernidad, es decir, la urbanización, la proletarización y la industrialización. Finalmente, la antropología sirvió a los estados coloniales con conocimientos sobre los usos, costumbres y lenguas para facilitar la administración colonial. Para consolidar el poder estatal eran necesarias las ciencias sociales, “era necesario generar una plataforma de observación científica sobre el mundo social que se quería gobernar. Sin el concurso de las ciencias sociales, el Estado moderno no se hallaría en capacidad de ejercer control sobre la vida de las personas, definir metas colectivas a largo y a corto plazo, ni de construir y asignar a los ciudadanos una ‘identidad’ cultural”.
[7]
Siguiendo con Wallerstein, para 1945, es decir, los tiempos del fin de la segunda confrontación mundial, “la panoplia de disciplinas que constituyen las ciencias sociales estaba básicamente institucionalizada en la mayoría de las universidades del mundo entero”.[8] Con la irrupción de las masas trabajadoras en la política y el avance de las políticas educativas como clave para acceder al desarrollo, poco a poco las ciencias humanas y sociales se institucionalizaron en todo el mundo, incluso los países en vías de desarrollo, que dejaron de ser pasivos consumidores de conocimiento y se transformaron en activos productores de saber.
El fin de la Segunda Guerra Mundial coincidió, y en gran parte fue causa, del surgimiento de la Teoría Crítica asociada en su primera etapa a la Escuela de Frankfurt. Entre los múltiples objetivos de sus agudas críticas se ubicaron las ciencias sociales.
En 1934, Víctima del acoso del partido nacional socialista alemán tras 12 años de funcionamiento las mas destacadas figuras del Instituto de Investigación Social de la Escuela de Frankfurt tuvieron que emigrar de Alemania; con el regreso de Max Horkheimer, tras el fin de la guerra, el instituto se trasladó de nuevo a ese país aunque muchos de sus miembros ya habían emprendido distintos caminos intelectuales. A pesar de ello, Theodor Adorno, Herbert Marcuse y el mismo Horkheimer, la trinidad más destacada de la escuela, aunque abordaron diferentes aspectos como objeto de estudio tienen en común, no sólo su rechazo del determinismo económico de la ortodoxia marxista, sino además su aguda crítica a la moderna sociedad occidental industrial orientada al consumo.
Un aspecto fundamental de esta teoría resulta útil al hablar de su formulación crítica contra las ciencias sociales en su complicidad con los aspectos más oscuros del proyecto moderno. Se trata de su crítica al positivismo, espíritu bajo el cual habían nacido, bajo la tutela de la sociología, las ciencias sociales. Como señala Mardones, “la teoría crítica de la escuela de Frankfurt se contrapuso desde sus orígenes a la tradición positivista [..] Los miembros de la primera genración mantuvieron hasta su muerte una polémica permanente contra el positivismo”.
[9] Bajo el amparo de la razón el positivismo anunció la posibilidad de controlar el mundo mediante un conocimiento objetivo, neutral y aséptico. En su visión, el sujeto cognoscente está claramente separado del objeto por conocer. Esta separación es la que precisamente permite la neutralidad valorativa condición sine qua non para acceder al verdadero conocimiento, libre de toda ideología y vínculo político. Por ello, el conocimiento no debe defender ninguna forma de acción social.
Por el contrario, para la teoría crítica en sus distintas generaciones, el conocimiento no es tan ingenuo, candido o inocente. Al contrario, la razón instrumental aplicada a las ciencias sociales siempre sirve a un propósito. No es posible un conocimiento totalmente neutral del mundo social, la separación sujeto-objeto es una ilusión. La neutralidad valorativa no solo es imposible sino además inconveniente. Teoría y práctica está íntimamente relacionadas; “Invariablemente, la teoría actúa a favor de alguien y a favor de un propósito específico”. O, en palabras de Robert Cox, otro teórico de las Relaciones internacionales, “toda teoría posee una perspectiva. Las perspectivas provienen de una posición en el tiempo y en el espacio, particularmente en el tiempo y espacio social y político”.
[10] El positivista no advierte ni reconoce que su observación, visión y percepción están mediados por la sociedad en que vive”.[11] Y la razón que invoca como esencia universal del sujeto, se reduce a razón instrumental; “su expresión más clara la ciencia positivista funciona, con el prestigio de sus éxitos tecnológicos y su racionalización en la teoría de la ciencia, como una ideología legitimadora de tal unidimencionalzación de la razón”.[12]
Por otro lado, la teoría crítica heredera de la Escuela de Frankfurt ha acusado a las diferentes ciencias sociales por aceptar el statu quo. Partiendo de una crítica a la sociología, los teóricos críticos sostienen que las ciencias sociales ni hacen una crítica seria de la sociedad ni tampoco, intentan trascender la estructura social contemporánea.[13] Al aceptar el statu quo, se convierten en ciencias que, como denunciaba Marx en la XI tesis de Feuerbach, hasta ahora se han encargado de comprender e interpretar el mundo cuando de lo que se trata es de transformarlo. Por ello, proponen una teoría crítica de las ciencias sociales que apunte a la emancipación de los individuos, principalmente las víctimas de la modernización capitalista.
Para los teóricos críticos, las ciencias sociales “son incapaces de producir ideas relevantes acerca de los cambios políticos que conducen a una sociedad justa y humana.
[14] Robert Cox identifica dos tipos de teorías en las ciencias sociales: aquellas que resuelven problemas, es decir, teorías de corto alcance social y político, pragmáticas y poco reflexivas de sus implicaciones ideológicas; y teorías críticas emancipadoras que permiten una mayor conciencia de las consecuencias sociopolíticas de sus postulados, lo que permite una mayor reflexividad sobre la disciplina misma, y mayores posibilidades de concepción de realidades sociales diferentes, divergentes y disidentes.
La herencia crítica de la escuela de Frankfurt fue retomada por las teorías que en sus ataques a la razón colonialista occidental y a los efectos perversos de la sociedad del consumo, proponen la superación dialéctica de la modernidad. Al proponer estar teorías la superación de uno u otro aspecto fundamental de la modernidad occidental denominaremos estas teorías por la raíz genérica ‘post’. Pero antes, es necesario mencionar un importante antecedente del surgimiento de este ramillete de teorías heredero de la teoría crítica. No referimos a los diferentes feminismos que han ofrecido su propio aporte para una crítica de las ciencias humanas y sociales.
En sus distintas variantes, tanto las que hacen énfasis en la igualdad, como las que enfatizan la diferencia, los feminismos comparten una visión crítica de las ciencias sociales, a las que acusan de sostener un orden sociocultural falocéntrico. Es decir, las ciencias sociales reproducen el orden social dominante. Primero, las ciencias sociales han tendido a invisibilizar a las mujeres al ubicar en el centro de sus modelos teóricos al miembro masculino de la especie humana. Ello, de acuerdo a las teóricas feministas, reproduce el orden patriarcal hegemónico; en ese sentido, las ciencias humanas y sociales son en sentido estricto, ciencias del hombre, del macho dominante. Si a ello añadimos que hasta hace pocas décadas el hombre que se ubicaba en el centro de sus reflexiones era predominantemente blanco y propietario de tierras o rentista, pues se evidencia no solo el carácter sexista, sino además racista y clasista de las ciencias sociales. En ese sentido, el feminismo puso el dedo en la llaga al denunciar la forma cómo una sociedad sexista produce un conocimiento sexista
[15]. Segundo, porque un rápido vistazo a los practicantes y a la producción teórica de las ciencias sociales evidencia el papel abrumador del género masculino. La producción académica, en los cinco continentes muestra la forma en que los docentes, editores, teóricos, articulistas, investigadores, y otros nodos en la producción del conocimiento social son hombres. Al igual que sucede con las oficinas burocráticas, una evidente disparidad sexual se muestra a los ojos de cualquier observador externo. En tanto miembro del grupo sexualmente hegemónico, el académico de ciencias sociales sale al espacio público, la Universidad, la academia, y deja a su mujer en la dimensión privada de la vida social. El académico produce conocimiento, como el obrero riqueza y la mujer reproduce. Se Ueda en casa criando hijos.
De esta manera, el feminismo coincide con algunas filosofías radicales y con pensadores de la teoría crítica y de la posmodernidad en su interés por hacer visible el carácter parcial, histórico, no universal y generizado (engendered) del conocimiento y de la ciencia.
[16] Como parte del orden falocéntrico y patriarcal, las ciencias sociales han sido una actividad predominantemente ‘masculina’, soporte del orden dominante. Por ello, su propuesta apunta a la superación de ese olvido histórico, sea desde la inclusión o desde la segregación autoimpuesta.

El feminismo conjugó perfectamente con la denuncia que los herederos de la escuela de Frankfurt formularon a las ciencias del hombre. Gracias a campos como los estudios culturales y distintos estudios de área (area studies), la crítica cultural marxista y la semiótica conjugaron perfectamente con los feminismos y el fenómeno de las teorías ‘post’. Herederas de la semiótica estructuralista pero en franca oposición a esta, las teorías ‘post’, acuñadas bajo el remoquete*** paraguas de post-estructuralismo se han convertido en el último alarido de la moda. Sin caer en sus vertientes más escépticas y relativistas, se considera que la crítica que ofrecen estas posturas teóricas a las ciencias humanas y sociales tiene una vigencia inobjetable.
Como se afirmó arriba, la herencia crítica de la escuela de Frankfurt se disgregó en diversas escuelas críticas de las cuales destacaremos la trinidad posestructuralista: la crítica posmoderna al proyecto de la modernidad; los estudios poscoloniales y el post-positivismo. Por un lado, la crítica posmoderna ha puesto en evidencia el carácter profundamente instrumental de la razón occidental. El posmodernismo supone un periodo de la vida social, un periodo que posfecha algo llamado modernidad. Con Lyotard, supone también la superación de todos los metarrelatos de la modernidad, modelos universales orientados a suprimir las diferencias (no tanto las económicas como las culturales). Se argumenta que los límites de la modernidad se han alcanzado, sus promesas ya no se consideran factibles.
[17] Independientemente de qué nombre se utilice para designar la época que habitamos, posmodernidad, modernidad tardía o radicalizada, modernidad reflexiva, sociedad del riesgo, sociedad postindustrial, postfordista o postcomunista, sociedad del espectáculo, del conocimiento, y un largo etcétera, no se puede negar que la configuración cultural, política del capitalismo trasnacional no es la misma que la que primó durante la primera configuración del capitalismo, la mercantilista y la segunda, la monopolista. Con Foucault, el sujeto unificado y racional, principal fenómeno de la modernidad occidental es a ojos de estos críticos una patraña. Es decir, no existe una sustancia única y trascendente de lo humano; el geist o espíritu es un artificio de occidente que expresa su razón expansiva y colonizadora (idea que es compartida por la segunda postura ‘post’, el postcolonialismo). Herederos de Freud, consideran que el sujeto pleno de la metafísica occidental da paso a un sujeto escindido, sin una identidad esencial y trascendente. En el proceso de constitución de los Estados nación, las ciencias sociales son cómplices en tanto mecanismos disciplinarios que propenden por la formación y disciplinamiento de los cuerpos como parte del gran proyecto social de orientación al proceso productivo. La modernidad es un enorme dispositivo de control del mundo físico del cual forma parte una voluntad de controlar los cuerpos, los gestos y las costumbres, de rebeldes y carnavalescos, a dóciles y productivos. Se trata del “intento fáustico de someter la vida entera al control absoluto del hombre, bajo la guía absoluta del conocimiento”, elevando al hombre al nivel de todas las cosas.[18] Como afirma el filósofo colombiano Santiago Castro-Gómez, “la matriz práctica que dará origen al surgimiento de las ciencias sociales es la necesidad de ‘ajustar’ la vida de los hombres al aparato de producción {…} De lo que se trataba era de ligar a todos los ciudadanos al proceso de producción mediante el sometimiento de su tiempo y de su cuerpo (lo que Foucault llama precisamente disciplina) a una serie de normas que venían definidas y legitimadas por el conocimiento”.[19] Las ciencias sociales enseñan al Estado cuales son las leyes que regulan la economía, la sociedad, la política y la historia. Solamente sobre la base de la información ofrecida por las ciencias sociales era posible realizar y consolidar el poder del Estado, producto típico de la modernidad occidental que se ha exportado a todo el mundo. El Estado define sus políticas a partir de la normatividad legitimada por las ciencias sociales. El posmodernismo como propuesta estética y epistemológica, propone invertir esa tendencia.
En segundo lugar, la crítica poscolonial heredera de la teoría crítica y los trabajos del pensador palestino-americano Edward Said, plantea la forma como las ciencias humanas y sociales han negado persistentemente el vínculo entre colonialismo y modernidad. El proyecto de violencia física y epistémica del colonialismo en inherente a la modernidad. No obstante, las ciencias sociales no han detectado al colonialismo como el ‘lado oscuro de la modernidad’. Al contrario se expone la historia colonial como si para los africanos, asiáticos y latinoamericanos, este periodo no hubiera significado destrucción y expoliación sino, ante todo, el comienzo del tortuoso pero inevitable camino hacia el desarrollo y la modernización. Este es el imaginario colonial que ha sido reproducido tradicionalmente por las ciencias sociales.
[20] Como afirma Santiago Castro, las teorías poscoloniales han mostrado “que cualquier recuento de la modernidad que no tenga en cuenta el impacto de la experiencia colonial en la formación de las relaciones propiamente modernas de poder resulta no solo incompleto sino también ideológico”.[21]
El eurocentrismo de las ciencias sociales puesto en evidencia por los estudios poscoloniales pone en evidencia el hecho que en la producción de conocimiento tienden a coincidir los centros de dominio colonial con los centros de producción académica. El ‘parroquialismo’ de las ciencias sociales evidencia un colonialismo académico y una situación de dependencia en la producción de conocimiento. La crítica al parroquialismo desembocó en una crítica a su pretendido universalismo. Del mismo modo, pone en evidencia la forma ligera como se aplicaron modelos, conceptos y teorías surgidos del seno de sociedades occidentales a tiempos, sociedades y cultura, alejadas radicalmente de la experiencia actual de occidente. En este sentido, los antropólogos fueron quienes dieron ese primer paso fundamental al mostrar el carácter relativo y culturalmente condicionado del conocimiento y la valoración ética. Con su crítica al universalismo de las ciencias sociales y humanas, la teoría postcolonial ha dejado en evidencia cómo lo que estas presentaban como aplicable a toda la humanidad en realidad representaba sólo las opiniones de una pequeña minoría”,
[22] cuyas opiniones llegaron a dominar el mundo del conocimiento, simplemente porque esa minoría también dominaba el mundo fuera de las universidades.[23]
Finalmente, la tercera herencia crítica de la teoría de la escuela de Frankfurt es el post-positivismo. Para John Vasquez, teórico de las relaciones internacionales, por más de cuatro décadas varias críticas al positivismo han barrido las ciencias sociales.[24] Se trata de un agregado de señalamientos a las ciencias sociales por su voluntad de saber positivo, señalada como inconveniente e imposible. Las ciencias sociales, con la sociología a la cabeza y su énfasis en los métodos cuantitativos de tipo estadístico, nacieron cobijadas por el espíritu positivo; es decir, por el llamado de Comte para constituir una física social, amparada en las leyes de la física y las ciencias de la naturaleza. Al contrario, el post-positivismo, mas que una escuela una postura ontológica, epistemológica y metodológica ante el trabajo científico heredera de las discusiones de la filosofía de la ciencia, postula la imposibilidad de un conocimiento neutral y aséptico del mundo. El post-positivismo postula que la neutralidad valorativa es tautológica porque al buscarla se le está valorando, lo cual implica que nunca se podrá ser neutral del todo ante el objeto de investigación. Más que una relación aséptica, la del investigador (sujeto) y la sociedad (objeto) es una relación íntima; sujeto y objeto, contrario a las pretensiones del positivismo, nunca pueden separarse pues el investigador pertenece a la sociedad y tiene sus propias interpretaciones del mundo social de las cuales no se puede despojar. La neutralidad se cuestiona incluso en las ciencias ‘duras’, donde hace tiempos se tiene conciencia de la forma en que el observador incide decisivamente en aquello que observa. Las ciencias naturales, desde Heisenberg*, aceptan el hecho de que el que mide modifica lo medido, el que observa modifica lo observado. Sin embargo, esta afirmación todavía es discutida en las ciencias sociales en las que esa realidad es más obvia.[25] El antropólogo, el psicólogo, el politólogo y el psicoanalista no sostienen la realidad con guantes de goma y pinzas sino que están inmersos uno en otra. Además, La ciencia social no tiene una lógica acumulativa y progresiva, ajena a los círculos del poder. Como demostró Foucault, toda voluntad de saber es una voluntad de poder; la ciencia social “es una acto de poder que impone sus criterios para determinar lo que se considera verdadero en una sociedad”.
ACA VOY Las críticas expuestas, formuladas tanto por el feminismo como por las teorías críticas ‘post’ han sido recogidas por diversos practicantes de las ciencias sociales que han desarrollado versiones más reflexivas de las mismas. Tomar conciencia de los supuestos falocéntricos y eurocéntricos de las ciencias sociales, de su complicidad con la consolidación de un poder disciplinario al interior de los Estados nacionales y de la forma en que estas tienden a ocultar ciertas formas de poder, aumenta la reflexividad, camino de salida a la actual crisis epistemológica de nuestras dsciplinas. Esta reflexividad ha sido adaptada por las corrientes más transdisciplinarias de las ciencias sociales entre las cuales destacan los llamados estudios culturales. En efecto, los estudios culturales y otros estudios de área abordan sus objetos de estudio desde la reflexividad, producto de las lecciones aprendidas del pasado y con un corte transdisciplinar que cruza las disciplinas, adaptando de ellas los supuestos metodológicos y teóricos que mejor se ajusten a los programas de investigación. Ellos, evidencian que siempre ha habido “una dosis considerable de artificialidad en las nítidas separaciones institucionales del conocimiento de las ciencias sociales”.
[26] La transdiciplinariedad ha sido una herramienta útil para aumentar la reflexividad y para enriquecer la mirada en el análisis social. Por poner un solo ejemplo, la historia nunca hubiera salido de los rígidos esquemas de la historia acontecimental, basada en la corta duración y en eventos protagonizados por grandes hombres, sin que los herederos de la escuela de los annales no hubieran acudido a otras disciplinas para entender los procesos y protagonistas que verdaderamente subyacen a la historia contada “desde arriba”. Como afirma Wallerstein “las ciencias sociales tenían instrumentos que podían contribuir al estudio de dimensiones del pasado que estaban ‘por debajo’ o ‘detrás’ de las instituciones, ideas y acontecimientos históricos”.[27] Hoy, los practicantes de las ciencias sociales son cada vez más conscientes de la necesidad de incluir en el centro de sus modelos teóricos un sujeto humano definido de forma mas amplia que el macho, blanco, heterosexual y propietario que primó en las ciencias sociales a los largo del siglo XIX y buena parte del XX. Son también conscientes de las múltiples superposiciones de sus objetos de estudio y de la necesidad de una perspectiva metodológica que trascienda los rígidos límites disciplinarios. Esto es, se cuestiona “la legitimidad de las premisas intelectuales que cada ciencia social había utilizado para defender su derecho a una existencia separada”.[28] Formular una teoría crítica de las ciencias sociales debe tener en cuenta a todos los grupos hasta ahora ignorados: las mujeres, las minorías étnicas, los campesinos, los homosexuales y otros grupos marginados, que en el caso de la sociología, algún tiempo estuvieron bajo su foco. En ese sentido, cobra especial vigencia la demanda de abrir las ciencias sociales, reclamo de la Comisión Gulbenkian para la reestructuración de las ciencias sociales; abrir las ciencias sociales implica un doble movimiento. Uno, superar las barreras entre saberes que disciplinan el saber social y no le permiten una necesaria visión de conjunto. Dos, incorporar al pensamiento e investigación social las formulaciones críticas del feminismo y las teorías herederas de la tradición crítica alemana. Se trata de formulaciones que permitirán a las ciencias sociales recuperar su promesa, facticidad y función en una sociedad que sigue transformándose y produciendo incertidumbres mientras nos alejamos del pasado, a una velocidad cada vez mayor, y toda certeza se nos escapa entre las manos.
Una teoría critica de las ciencias sociales se hace urgente ante la crisis epistemológica de nuestros campos disciplinares. Crisis que se ahonda ante la tiranía de la universidad corporativa neoliberal que desprecia las humanidades y propende por su desaparición, si no se ajustan a los requerimientos de la economía dominante. El caso de la filología es el ejemplo más dramático. Superar la crisis pasa por recuperar la reflexividad y el dialogo disciplinar; sólo de esta forma, se le dará aire fresco en el que respirar la promesa de unas ciencias más sociales y mas humanas, promesa incumplida de la modernidad y la Ilustración.
Muchas Gracias a Todos.
[1] 149
[2] 152
[3] GULBENKIAN . P34
[4] Ibid 5.
[5] 12
[6] 15
[7] Castro 147
[8] 36
[9] MARDONES. 38.
[10] COX, 150
[11] Mardones 38.
[12] Mardones 39.
[13] RITZER, 173.
[14] Ibid.
[15] Como recuerda Itzel Sosa, para Boaventura de Sousa Santos (2003)no es casual que en las últimas décadas haya sido dentro de la sociología feminista en donde se haya producido lo que este autor denomina como “la mejor teoría crítica ”,debido a que dentro de la teoría crítica moderna la dominación patriarcal ha sido irresponsablemente pasada por alto, a pesar del reconocimiento deque no existen agentes históricos ni formas únicas de dominación. SOSA SANCHEZ, Itzel. Feminismo y ciencias sociales. En: ‘Virajes’, Universidad de Caldas. Nº 10 (Enero-Diciembre 2008). Pág. 56.
[16] Ibid.
[17] MORLEY 88.
[18] CASTRO GOMEZ, 146.
[19] CASTRO 148
[20] CASTRO 152
[21] Ibid.
[22] GULBe 56.
[23] Ibid.
[24] Vasquez, 217
[25] Bulbe. 64.
[26] GIULBENKIAN 42.
[27] IBID GULBE 46.
[28] GULbe 52

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